Últimamente me he convertido en una experta
en cómo montar muebles del Ikea, cómo subir una nevera entre dos personas que
en principio no cabe en el ascensor, cuántos litros de pintura se necesitan
para pintar noventa metros cuadrados, cómo intoxicarte con el Cillit Bang, encontrar
las mejores ofertas y aprovechar todos los Black
Fridays, Red Mondays y Stupids Sundays que existan.
La verdad es que hacer habitable un piso te
enseña muchas cosas. Como por ejemplo, que tardan un mes en llevarte un sofá a
casa (como pronto), pero que mientras puedes hacerte tú misma uno con unos
cartones en el suelo (para que no esté tan frío), unos edredones encima (para
que no esté tan duro) y una almohada en la pared (para tener algo así como
medio respaldo). Que no es lo más cómodo del mundo, pero oye he visto en
tiendas sofás más bonitos pero mucho más incómodos.
También aprendes que se pueden hacer huevos
fritos en un cazo, que una olla llena de hielos y latas de cerveza envueltas en
papel de periódico es igual de eficaz que una nevera, que en una casa
deshabitada y medio vacía hace un frío polar, que a veces la tapa de un váter
puede ser más caro que cambiar el váter entero…
Estoy aprendiendo muchas cosas de esta experiencia,
menos mal que ya va quedando “menos”.
Como
muchos otros niños, cuando era pequeña, tenía miedo a la oscuridad. Y llegó un
punto en el que mis padres me decían que ya era mayor como para tener miedo, y
que no podía dormir con la luz del pasillo encendida. Así que la apagaban, y yo
sólo pensaba en dormirme lo antes posible para que no me comieran los
monstruos.
A lo
mejor por eso pensaba que hacerse mayor era perder los miedos, que la gente
adulta no temía a nada. Recuerdo que sólo la presencia de los adultos ya hacía
que me sintiera segura, porque pensaba que si yo no podía con algo, al menos ellos
podían enfrentarse a todo.
Y ahora
que ya no soy una niña, creo que cada vez tengo más miedos. Ser consciente del riesgo que
conllevan algunas situaciones es necesario, pero no bueno en exceso. Y yo soy
una persona que le da muchas vueltas a las cosas, y pienso en todas las
posibles consecuencias que puede tener esa acción que me resulta desconocida en
principio -aunque luego la haga- pero muchas veces la hago con miedo, y eso ya
quita un poco la gracia a todo.
Cuando
somos pequeños nos da igual caer, de hecho nos tiramos apropósito sabiendo que
nos vamos a levantar igual. En cambio, cuando crecemos nuestro cuerpo empieza a
resentirse un poco con tanta caída y ya no nos da tan igual eso de que pase lo que tenga que pasar que yo lo
hago.
A veces
pienso en cómo algunas personas son capaces de llegar tan lejos, cuando yo me
canso al primer kilómetro. Y creo que la respuesta es no tener en mente las
consecuencias, porque no sirve de nada. Eso no significa no valorar la situación o no tener en mente un
objetivo, no confundamos. Pero no hay fórmula secreta, la mayoría de la gente (por no hablar de
toda) vive improvisando, porque es lo único que funciona, porque no sabes con
qué obstáculos (o rampas) te vas a encontrar.
Así que
he decidido que si los monstruos me quieren comer que me coman, y que si me
tengo que levantar un poco dolorida pues ya se curará, pero que al final los
niños siempre son los más valientes, porque como se suele decir “valiente no es
aquél que no tiene miedos”.
Dentro
de nada cumplo 26 años, en la flor de la vida estoy (pochándose como la de La Bella y la Bestia) así que, creo que
es buen momento para escribirle una carta a mi yomásjoven, que falta le hace. Y para qué engañarnos, estoy de
exámenes y no quiero estudiar (algunas cosas nunca cambian).
Querida jovenyo, sé que estás más perdida que
nada en el mundo, que no sabes ni lo que te va a pasar mañana como para pensar
en un futuro más lejano… Pero como sé cuántas veces te hubiera gustado ver qué pasaría un poco más allá de lo que estás viviendo ahora mismo, te voy a dar
algunos consejos para que veas las consecuencias de tus decisiones.
Deja el
conservatorio, que no la música. Que sí, que te “costó” entrar, que al final
echarás de menos la guitarra, pero la obligación de ir a solfeo te está
agobiando mucho. No es el momento, estás en una etapa de cambios, pero no hagas
caso de lo que dice tu padre, no te vas a arrepentir. No hagas como yo, y
abandones el instrumento, sigue por tu cuenta, yo algún día (espero que de este
año) la retomaré.
Te
diría que no te metas en el bachillerato científico-técnico, que tú vales para
biología, que es lo que te gusta, aunque odies a la profesora con todo tu ser…
pero si me haces caso, y cambias el camino, vas a perderte tanto… Describiría
segundo de bachiller como el peor y el mejor año de tu vida, porque realmente
hubo de todo.
Cuando
cumplas 17 tu hermano se irá de casa, y todo va a cambiar. Y sí, si las cosas
en casa siguen igual que cuando yo tenía esa edad,
repetirás curso (tranquila que hay cosas peores). Y eso que nunca pensaste que
pasaría… lamentablemente pasará.
Vas a llorar muchísimo, vas a estar más perdida y confundida que nunca, pero no
vas a estar sola. También vas a reír muchísimo, y vas a hacer y ver cosas que
no hubieras imaginado, tiempo al tiempo.
Tendrás
tu primer trabajo, y aunque tus padres no confíen y piensen que una jornada completa
mientras estudias no es una buena opción, créeme que lo es, y te va a venir muy
bien.
Vas a
tener que elegir en un montón de aspectos de tu vida, por no decir en todos… pero
confía en ti, porque lo harás bien.
Empezarás
un grado superior en el que vas a conocer a gente estupenda, pero no te
encariñes mucho con ellos, porque vas a durar menos de dos semanas. Te van a
llamar de la universidad cuando ya lo dabas por perdido, y vas a entrar en esa
carrera que siempre quisiste.
Vas a
pasar una etapa universitaria estupenda, tan buena, que al llegar al final
serás de las pocas que no quiere que acabe. Y cuando llegue ese momento, te
apresurarás a escoger un nuevo camino.
Empezarás
un Máster, que ahora podría decirte que no empieces, pero no sería justa
contigo. Porque si te digo que hagas otra cosa, te vas a quedar con esa
espinita que no te vas a poder quitar, porque te conozco, y sé que tienes que
hacerlo. Así que inscríbete en este como primera opción, y rechaza el otro
aunque te propongan plaza. Va a ser duro, pero las prácticas te van a encantar,
aunque no estuviera como elección en la lista, aunque te las propusieran por sorpresa, no dudes en coger la plaza, estás
encontrando tu camino. Sólo por eso, todo el Máster ha merecido la pena.
Ah, y
acuérdate de viajar, viaja mucho, a donde sea, pero mínimo una vez al año. Lo
que ganes en esos viajes, no lo vas a ganar con nada, y recuerda tu lema “no es dinero perdido, sino invertido”.
Y por supuesto, a lo
largo de todo este proceso vas a conocer y vas a perder a gente. Pero aún no
tienes ni idea de las vueltas que da la vida.
Me he dejado muchas cosas en el tintero, probablemente las mejores, pero hay cosas que es mejor que te sorprendan como me sorprendieron a mí.
En definitiva,
sigue como hasta ahora, porque lo estás haciendo bien, aunque ni tú misma lo
creas.
De este nuevo año espero alegrías, pero
también decepciones, porque eso significaría que sigo esperando algo de todo (odio
la impasividad).
Espero acertar en muchos aspectos, pero nunca
está mal que te abran los ojos con algún que otro fallo (no muy grave, tampoco seamos
masocas), y si la cosa se nos va de las manos… a veces tocar fondo te hace
coger impulso y recargar las pilas más que nunca.
No olvidar “que las cosas más fuertes son las que
nacen en la adversidad”. Pero sobre todo espero fallar para que no me
dé tanto miedo, que a veces el vértigo te hace perder las mejores vistas.
Espero que se presenten muchos retos, y
recordar que jugar apostando por uno mismo es arriesgado pero seguro, porque
siempre merece la pena.
Espero encontrar nuevos caminos que andar, y
a poder ser en buena compañía. Supongo que me encontraré con nuevas personas
por el camino, pero me conformo con seguir el paseo con los que ya están.
Descubrir cosas con ellos siempre ha sido interesante, y si nos perdemos de
nuevo, que sea juntos.
Espero ver muchos más amaneceres desde
distintas localizaciones, aunque mis mejores historias siempre han sido al atardecer. Por eso espero seguir fotografiando atardeceres.
Espero reír tanto que acabe llorando, y
llorar tanto que acabe riendo. Que el dolor no siempre es malo, y que tener miedo
a ciertas cosas a veces sólo significa que lo estás haciendo bien, que no sea
un impedimento para lograr lo que quiero.
Espero que mis ojeras siempre tengan algo que
contar, y que si me cuesta dormir sea por la intensidad del día.
Espero cargar la responsabilidad de todo esto
a mí misma, porque todo depende de hasta donde yo me atreva a asomarme, e
incluso saltar.
Espero que, de algún modo, me rompan los
esquemas. Sólo espero que merezca la pena.