sábado, 13 de diciembre de 2014

Ikea

Aunque parezca increíble, no voy a hablar del nuevo anuncio de Navidad de Ikea. Que me parece un gran anuncio (como casi todos los de la marca), aunque igual debería achacarlo un poco también a mi síndrome premenstrual...
Bueno, hablaré de él cuando haga el experimento con mis sobrinos, que no me creo yo que a todos los niños les nazca decir eso así de pum. Por si alguien aún no ha visto el anuncio, aquí lo dejo.

Yo vengo aquí a hablar de mi única experiencia en el Ikea.
Porque yo siempre había querido ir a esta tienda sueca. Después de escuchar todas esas historias sobre sus tartas de mierda (literalmente) y sus riquísimas albóndigas de carne de dudosa procedencia... a mí me tenían ganada, y no me creo que alguien no quisiera ir, aunque sólo fuera por probar su exótica comida.
Y bueno, la parte de muebles pues... supongo que como a casi toda mujer, a mí todo lo que sea decoración, velitas y pijotadas así... me chifla. Así que cuando abrieron el Ikea de mi ciudad, allá que fui con una amiga.

Para empezar, menos mal que fui con alguien que ya había ido, porque a mí me sueltas allí sola, y no sé ni encontrar la entrada. Si mi amiga ya había ido, y tuvimos que subir y bajar un par de veces las escaleras sólo para encontrar los carros...

Pero bueno, una vez conseguido el carro, nos andentramos en los enormes pasillos por los que tienes que pasar por narices, te guste o no. Yo iba como los caballos cuando les limitas las visión lateral -sé que adoráis mi gran capacidad de expresión-, lo visualizáis, no? yo iba a por mi silla de escritorio, y no tenía dinero para más, así que mirar para no comprar es tontería.
Adivináis dónde estaban las sillas de escritorio, verdad? Efectivamente, al final de todo el maldito Ikea, al lado de las cajas. Aunque total, iba a tener que pasar por allí aunque hubieran estado al principio, es la magia del Ikea.

Otra razón por la que menos mal que no iba sola, es que allí todo va por código. Yo no entendía nada, yo quería mi silla de escritorio, normalita, nada más. Menos mal que mi amiga se defendía en el "idioma" y encontró mi silla, o el hueco donde debería estar al menos, porque como yo soy pobre y voy a lo más barato, habían volado todas. Así que preguntamos por si tenían más en el almacén, y el amable chico me dijo que mirara en otro rincón, que igual quedaba allí alguna. Y sí, allí estaban las cuatro que quedaban. Así que después de casi abrirme la cabeza para sacar una, fuimos a la caja, que como la teníamos delante no había más pérdida.

Ya sólo por encontrar mi silla entre tanto código, y cargarla sin ayuda con lo poca cosa que soy yo, estaba orgullosa. Pero lo bueno del Ikea, es que la experiencia no acaba en la tienda, porque como luego tú en casa te conviertes en el manitas del vecindario, aún puedes seguir disfrutando.

Aquí os dejo los pasos a seguir del manitas del Ikea:
1. Abrir la caja y sacar todas las piezas.
2. Flipar al ver que una de las piezas está metida en el respaldo de la silla (a propósito quiero decir).
3. Sacar todos los tornillitos.
4. Contar los tornillitos y corroborar que no falta ninguno.
5. Mini-infarto al ver que de repente te faltan tornillos.
6. Respirar al ver que estás sentada encima de unos pocos.
7. Mirar las instrucciones y empezar a montar.
8. Cansarte.
9. Montar los reposa brazos al revés.
10. Desmontar y volver a montarlos (mientras te llamas inútil a ti misma).
11. Apretar todos los tornillos otra vez (no vaya a ser que te sientes y se desmonte la silla).
12. Probar la silla con temor (esto varía según la confianza que cada uno tenga en sí mismo).
13. Sentirte orgullosa de tu "construcción".

Y así fue como ahora puedo escribiros desde mi nueva silla, que debe tener media España.
En la próxima edición de aprende a ser un/a manitas, os contaré como arreglé mi persiana casi por arte de magia.